Una historia REAL
juan SANTANA
juansantana86@gmail.com
Hay amores que matan!
Se juraron amor "para toda la vida", desde el instante (clic) en que se conocieron. Besos, abrazos, caricias de toda clase. Un amor como este "nunca se terminara" se decían a cada momento.
El tiempo, se iba "volando" en cada conversación. Cristina, de apenas 23 años, había dejado de trabajar; tampoco estudiaba. Luis Leonardo, bien entrado en los 60, ya tenía una familia, dos lindas gemelas y un varón, el menor, dos años mayor que Cristina.
Se conocieron
a través de un CiberCafe. Él en una localidad española fronteriza con la Francia de los Pirineo; ella viviendo en casa de sus padres luego de un casamiento fallido, en un barrio de la capital dominicana.
La ilusión de Cristina se hacia cada vez mayor. Esperaba con ansias ver "en persona" a Luis Leonardo quien siempre le prometió que vendría a conocerla: "te comprare un carro para que vayas a la universidad", "te llevaré a la tienda para que escojas la ropa que más te guste",. "también, te voy a comprar una casa casa", "luego te vendrás a vivir conmigo a España, ya mis hijos son grandes y necesito de una damita como tu, de compañía", la tenía embobada.
La tenia que no creía en nadie mas que en él. Suspiraba, "es tan dulce", "es un caballero", "mira las fotos, y que chulo viste, que detalles!, ... Verdad que es elegante y muy delicado?., "además esa ropa, parece lino puro, ese hombre tiene clase y dinero...". Así pasaba Cristina su tiempo, pegada al chat ya fuera en el móvil o en el ordenador.
Una tarde, a finales de abril, después de Semana Santa, me llama muy inquieta: "José, cuánto cuesta el pasaje para Juan Dolio. Dime rápido que me voy ahora mismo. Ya Leo me dijo que llegó el tiempo de conocernos en persona. Que llega esta noche por Punta Cana. Que mañana nos juntamos en Juan Dolio en la parada de autobuses. Es el sueño de mi vida", me rastrillo cual metralleta sin respirar siquiera y sin darme tiempo a responder.
Me preparo para darle una respuesta y me dice "ok, nos vemos, me voy, deséame suerte, te escribo y colgó...
Tres días pasaron, cinco días, una semana. Diez días y nada sabía de Cristina hasta que una llamada me despierta a mediados de mayo: "llegué, aquí estoy", apenas reconocí su voz. Se escuchaba triste, melancólica, abrumada, amargada.
Era Cristina que regresaba de las paradisíacas playas de la Región Este del país o de la Madre Patria, eso suponía.
Me fue mal vale, el tipo (Luis Leonardo) vino y ve tu a ver que sorpresa! Con todo y familia. No trajo la vieja esa porque como te había dicho antes, él era viudo (no recordaba el dato, pero no la pude interrumpir para aclararlo).
Me ignoró, siguió diciendo. José, me ignoró. Yo fui a conocerlo. A ser su dama de compañía, a entregarme en sus brazos y mira con los que me sale. Yo lo vi, lo reconocí. Es el mismo de las fotos te acuerdas? Venia con las mellizas (sus hijas) esa y el obeso de su hijo, parece un mongólico y él, con el bigotico finiiito como un hilo y su risita de puerco espín.
Ay, si lo hubieras visto y tu que tanto me dijiste que no creyera en ese hijoeputa. Pero nada (iba a empezar a rastrillar de nuevo otra ráfaga cuando entonces yo, me armé de valor colgué el teléfono)
juansantana86@gmail.com
Hay amores que matan!
Se juraron amor "para toda la vida", desde el instante (clic) en que se conocieron. Besos, abrazos, caricias de toda clase. Un amor como este "nunca se terminara" se decían a cada momento.
El tiempo, se iba "volando" en cada conversación. Cristina, de apenas 23 años, había dejado de trabajar; tampoco estudiaba. Luis Leonardo, bien entrado en los 60, ya tenía una familia, dos lindas gemelas y un varón, el menor, dos años mayor que Cristina.
Se conocieron
a través de un CiberCafe. Él en una localidad española fronteriza con la Francia de los Pirineo; ella viviendo en casa de sus padres luego de un casamiento fallido, en un barrio de la capital dominicana.
La ilusión de Cristina se hacia cada vez mayor. Esperaba con ansias ver "en persona" a Luis Leonardo quien siempre le prometió que vendría a conocerla: "te comprare un carro para que vayas a la universidad", "te llevaré a la tienda para que escojas la ropa que más te guste",. "también, te voy a comprar una casa casa", "luego te vendrás a vivir conmigo a España, ya mis hijos son grandes y necesito de una damita como tu, de compañía", la tenía embobada.
La tenia que no creía en nadie mas que en él. Suspiraba, "es tan dulce", "es un caballero", "mira las fotos, y que chulo viste, que detalles!, ... Verdad que es elegante y muy delicado?., "además esa ropa, parece lino puro, ese hombre tiene clase y dinero...". Así pasaba Cristina su tiempo, pegada al chat ya fuera en el móvil o en el ordenador.
Una tarde, a finales de abril, después de Semana Santa, me llama muy inquieta: "José, cuánto cuesta el pasaje para Juan Dolio. Dime rápido que me voy ahora mismo. Ya Leo me dijo que llegó el tiempo de conocernos en persona. Que llega esta noche por Punta Cana. Que mañana nos juntamos en Juan Dolio en la parada de autobuses. Es el sueño de mi vida", me rastrillo cual metralleta sin respirar siquiera y sin darme tiempo a responder.
Me preparo para darle una respuesta y me dice "ok, nos vemos, me voy, deséame suerte, te escribo y colgó...
Tres días pasaron, cinco días, una semana. Diez días y nada sabía de Cristina hasta que una llamada me despierta a mediados de mayo: "llegué, aquí estoy", apenas reconocí su voz. Se escuchaba triste, melancólica, abrumada, amargada.
Era Cristina que regresaba de las paradisíacas playas de la Región Este del país o de la Madre Patria, eso suponía.
Me fue mal vale, el tipo (Luis Leonardo) vino y ve tu a ver que sorpresa! Con todo y familia. No trajo la vieja esa porque como te había dicho antes, él era viudo (no recordaba el dato, pero no la pude interrumpir para aclararlo).
Me ignoró, siguió diciendo. José, me ignoró. Yo fui a conocerlo. A ser su dama de compañía, a entregarme en sus brazos y mira con los que me sale. Yo lo vi, lo reconocí. Es el mismo de las fotos te acuerdas? Venia con las mellizas (sus hijas) esa y el obeso de su hijo, parece un mongólico y él, con el bigotico finiiito como un hilo y su risita de puerco espín.
Ay, si lo hubieras visto y tu que tanto me dijiste que no creyera en ese hijoeputa. Pero nada (iba a empezar a rastrillar de nuevo otra ráfaga cuando entonces yo, me armé de valor colgué el teléfono)
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