Pena y vergüenza

En primer lugar pena por los que pagaron (estudiantes y quizás hasta alguno que otro padres de familia sorprendido en su buena fe por estos facinerosos) para cometer esa acción malsana, propia de gente muy baja en calidad y moral.
Vergüenza, sí, vergüenza por ellos y por cada uno de los que no salen a la luz pública en este hecho bochornoso, pues no podrán levantar la cara, es más no podrán ni hablar en público.
El hecho de que un profesor, un hombre llamado a ser ejemplo de sus alumnos, de sus discípulos, se encuentre entre los dos apresados y acusados de vender las pruebas es algo reprochable desde todo punto de vista.
Una persona así, que debió ser ejemplo de pulcritud, dignidad y decoro, se convierte en un ser detestable, aborrecible y hasta abobinable. No merece que se le llame profesor.
Esto que ahora vemos, es parte de la descomposición social que vive la República Dominicana. ¡Qué pena, qué vergüenza!
Procede, a nuestro en entender, que se apliquen sanciones drásticas, ejemplarizadoras y ejemplarizantes, a esas personas que violentaron los procedimientos y los estudiantes a los que se les comprueben los hechos, que se les anulen las pruebas y sean obligados a repetirlas. Más detalles AQUÍ
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